Paula se puso unas zapatillas y caminó hacia el teléfono por el tranquilo apartamento. Acababa de darse un buen baño caliente y se alegraba de tener la casa para ella sola. Jennifer era una gran compañera de piso, pero ponía muy alta la música y por otra parte no compartían gustos.
Descolgó el auricular, se apretó la toalla que llevaba alrededor del cuerpo y esperó a que contestaran. Estaba a punto de colgar cuando Lorenzo Chaves respondió.
-Hola, papá. ¿Está mamá por ahí? -preguntó.
-Me temo que no puedes hablar con ella, Paula. Tu madre... No está aquí.
A Paula no la sorprendió en absoluto que su hiperactiva madre no se encontrara en casa; era una mujer muy activa y participaba en más comités y organizaciones de las que podía recordar. Pero el tono de pánico en la voz de padrastro, un hombre por lo general muy flemático, la asustó.
Su buen humor desapareció de inmediato. No era adivina, pero conocía bien a Lorenzo y en aquel momento supo que había pasado algo malo.
A pesar de todo, prefirió no creerlo y preguntó, con normalidad fingida:
-¿De qué se trata esta noche? ¿De un concierto de villancicos, o del comité para arreglar el tejado de la iglesia?
Sabía que Lorenzo se lo diría en su momento. No era hombre que se dejara apresurar, y al pensar en él, sonrió. Lo quería sinceramente.
Paula tenía cinco años y su hermano mayor, Nico, siete, cuando Lorenzo entró en sus vidas. Un par de años más tarde llegó Clara, y luego, para sorpresa de todos, los gemelos. Los Chaves eran una familia muy unida. -Ninguna de las dos cosas -respondió él. Esta vez, Paula se preocupó de verdad. Un hombre tan sólido, que había sido capaz de ayudar a traer al mundo a su nieto en el asiento trasero de un todo terreno, sin sudar siquiera, estaba a punto de llorar.
-¿Qué ocurre, papá?
-Es tu madre...
Cada vez estaba más nerviosa. Varias ideas cada cual más terrible le pasaron por la cabeza.
-¿Está enferma?
-No, no es nada eso. Ella...
-¿Sí?
-Se ha marchado.
-¿Marchado?
-Se ha marchado a pasar las navidades a Cornwall.
-¡Pero si está al otro extremo del país!
A pesar de la protesta, Paula sabía de sobra que carecía de importancia adonde fuera su madre. Lo importante era cómo y por qué. Pasara lo que pasara en su vida, siempre había tenido una madre sólida y fiable en quien confiar, pero aquello no tenía sentido. Era impropio de ella.
-Igual daría que se marchara al final de la calle. Ni siquiera tendrá teléfono. Y yo no sé qué voy a hacer... Todo el mundo pregunta por ella. Estaba haciendo los trajes para la obra de Navidad del colegio, y en una de sus asociaciones esperan doscientas tartas para el jueves. ¿Sabes hacer tartas, Paula? -preguntó, desesperado.
-Creo que tenemos problemas más importantes que las tartas. ¿Tienes idea de por qué quiere marcharse, papá? ¿Os habéis peleado?
-No, nada de eso. Últimamente estaba muy callada, pero no sé... tal vez tengas razón y sea culpa mía.
-¡Tonterías! -protestó. Paula era totalmente sincera. Lorenzo Chaves era una gran persona y ella misma habría dado cualquier cosa por conocer a un hombre como él.
-Puede que necesite estar sola un tiempo. Quién sabe. ¿Pero qué voy a hacer? - volvió a preguntar, presa del pánico-. Samuel, Bety y los niños llegan el viernes y ya es demasiado tarde para decirles que no vengan.
-No hagas eso, por favor. Bety era hija de Lorenzo, pero de su primer matrimonio, y Paula no podía verla muy a menudo porque se había marchado a vivir a Estados Unidos con su familia.
-Además, Nico llamó para decir que llegará a finales de semana. Y Clara dijo que aparecería en cualquier momento.
Paula sonrió. Aquel comportamiento era típico de Clara. Nunca se comprometía con las fechas.
-Por si fuera poco, también estoy esperando a tu abuela -continuó él-. ¿Te imaginas lo que va a decir cuando lo sepa? Y eso sin contar que esperamos quince personas para la cena de Navidad, la mayoría de las cuales son completamente desconocidas para mí.
-Tranquilízate -dijo Paula-. Si salgo ahora de casa estaré allí antes de... Supongo que no hay mucho tráfico a estas horas de la noche, ¿verdad?
-Pero Paula, estás de vacaciones y sé que llevabas esperándolas mucho tiempo.
Paula pensó en las montañas nevadas donde pensaba esquiar y en el atractivo hombre que había visto minutos antes. Pero la familia era lo primero.
-Bueno, con la suerte que tengo, seguramente habría regresado con varias costillas rotas.
Paula se preguntó si su seguro cubriría casos de crisis familiares provocadas por una madre en crisis existencial. Pero supuso que no.
***
-No puedes cancelar las vacaciones. Llevas todo el año esperándolas. Además no tiene sentido que seas tú. ¿No sería más lógico que se encargara Clara? -preguntó Jennifer, sentada en la cama de Paula.
Paula sonrió mientras sacaba la ropa de esquí de su maleta y la cambiaba por prendas más adecuadas para pasar las navidades en un remoto rincón de Yorkshire Dales.
-No creo que los asuntos domésticos sean el fuerte de Clara -dijo Paula, con ironía.
Clara, su hermosa, creativa y algo mimada hermanastra tenía un corazón de oro, pero cada vez que se rompía una uña necesitaba ir a terapia.
-¿Y sí lo son para ti?
-Tendré que aprender, ¿no te parece?
Jennifer suspiró al comprender que no conseguiría convencer a su amiga.
-Creo que estás cometiendo una estupidez.
-No sería nada nuevo.
Jennifer la miró con seriedad y dijo, enfadada:
-Eso no fue culpa tuya.
-Ya. Cuéntaselo a la esposa de Miguel y a sus hijos.
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