martes, 24 de diciembre de 2019

CAPITULO 12




Paula sabía que aquella noche tardaría bastante en conciliar el sueño. Miró el reloj de la mesita de noche y comprobó la hora. Solo eran las dos de la madrugada.


Su pequeño dormitorio se encontraba en el ala norte de la casa y el viento golpeaba las contraventanas de madera, pero no dejaba de pensar en la mansión donde se alojaba Pedro, cuyo estado general era bastante peor.


Su familia se había sorprendido bastante cuando regresó con él y no lo invitó a cenar. Y en ese momento se sentía culpable.


-Si queréis invitarlo vosotros, adelante, pero no esperéis que os dé las gracias. Yo ya he tenido bastante por hoy -declaró.


Treinta minutos después de haber mirado el reloj, Paula avanzaba por el camino de la vieja mansión con una linterna en la mano. Cuando llegó a la casa, descubrió que no había puerta y que por tanto no podía llamar. Y el interior del lugar no resulta mucho más tranquilizador.


-Y pensar que ni siquiera lo invité a tomar un té... -se dijo-. Si lo encuentro en coma, será culpa mía.


Empezó a buscarlo por la casa. Supuso que se encontraría en alguna habitación que al menos tuviera una puerta, y por fin lo encontró tumbado en un saco de dormir, frente a una chimenea en la que aún quedaban rescoldos.


Se inclinó sobre él para comprobar su estado y los acontecimientos se desarrollaron con tanta velocidad que ni siquiera supo lo que había sucedido. De repente se encontró en el suelo, bajo él, mientras Pedro le tapaba la boca.


-Si no quieres que te haga daño, deja de moverte -dijo él-. ¿Estás solo? Voy a apartar la mano de tu boca, pero si gritas para avisar a tus posibles compinches, lo lamentarás.


Paula negó con la cabeza.


-Por Dios, me has dado un susto terrible -protestó ella-. Ni siquiera puedo respirar.


-¡Paula!


-Por supuesto que soy yo. ¿Quién pensabas que era?


-Un ladrón -dijo, mientras la iluminaba con la linterna.


-¿Podrías apartar eso de mis ojos? No veo nada.


Pedro se apartó y ella se sentó en el suelo para incorporarse.


-¿Qué esperabas que pensara? -preguntó él-. Has entrado en la casa en mitad de la noche.


Paula se levantó mientras él caminaba hacia la chimenea y echaba un par de leños sobre las ascuas. Después, tomó unas cerillas y encendió las velas de un candelabro. Se guardó las cerillas en un bolsillo, porque naturalmente se había acostado vestido.


-¿No te gusta la luz de las velas? -preguntó él.


-No especialmente.


-Bueno, ahora cuéntame qué estabas haciendo aquí. Si no dices nada, llegaré a la conclusión de que me echabas de menos...


-Ni en sueños.


-Hablando de sueños, me debes uno. Precisamente acabas de interrumpir uno que era bastante...


-No quiero saber en qué estaba soñando -lo interrumpió, mientras se limpiaba el polvo de los pantalones.


-¿Ni siquiera si estaba soñando contigo? 


-Especialmente si estabas soñando conmigo -declaró.


Paula se alegró de haberse puesto un jersey sobre el pijama, porque el súbito endurecimiento de sus pezones no se debía precisamente a la temperatura.


Pedro rio y se sentó junto a una caja. 


-Te ofrecería una silla, pero esta caja es lo único parecido. De hecho, tampoco hay mesas. 


-Solo he venido para ver qué tal estabas. 


-¿No para tocarme? -murmuró. 


-¿Quieres dejar de interrumpirme? 


-Lo siento.


-No debí permitir que pasaras la noche aquí solo porque me molestaste.


-Comprendo. Así que has decidido pasar la noche conmigo. No sé qué decir... -declaró, con una sonrisa malévola. 


-Sabía que dirías algo como eso. 


Pedro rio de nuevo, sinceramente divertido. Y Paula pensó que su risa era muy atractiva.


-El médico dijo que debía observarte. Así que he venido para ver si te encontrabas bien.


-¿A las tres de la mañana?


-Bueno, estaba preocupada. Con tus costillas y ese hombro...


-Tu preocupación me estremece.


-No es preciso que te burles de mí.


-No me estoy burlando.


-Es muy sencillo. Estaba en mi cama, tumbada, oyendo el sonido del viento y pensando en ti cuando...


-Estabas excitada -la interrumpió.


Paula lo miró, horrorizada.


-No es cierto. No estaba pensando en ti de ese modo.


-Entonces, ¿en qué estabas pensando?


-En que podía pasarte algo durante la noche y nadie podría ayudarte. Me sentía culpable.


-Ya veo que eres una obsesa de la responsabilidad. ¿Nunca te apetece hacer nada irresponsable?


-No, nunca -respondió, en un susurro.


Pedro la tomó de la mano y la atrajo hacia sí, sin dejar de mirarla en ningún momento, pero ella no se resistió. Se humedeció los labios con la lengua y recordó la visión de su duro cuerpo. Él la acarició en una mejilla y ella se estremeció. 


Tenía la impresión de que sus piernas apenas la sostenían, pero lo peor de todo era que su debilidad no afectaba únicamente a sus piernas.


-¿Herí tus sentimientos al negarme a besarte? -preguntó ella de repente.


-¿Pretendías hacerlo?


-No, no me gusta herir a la gente. ¿Y a ti?


Pedro no contestó. En lugar de eso, dijo:
-¿Estás segura de que solo has venido aquí porque estabas preocupada por mi salud, Paula?


Paula pensó que debía hacer algo para detener la escalada antes de llegar más lejos.


-¿Por qué otra razón podría haber venido?


-Por esta.


Pedro la tomó entonces por la cintura y la apretó contra él, con fuerza. Ella se recuperó enseguida de la sorpresa inicial, se relajó y comenzó a acariciarlo.


-Es una sensación maravillosa -dijo él.


Paula suspiró. Pedro tenía razón, pero no fue nada en comparación con el beso que se dieron un segundo más tarde. La mujer se dejó llevar, dominada por el deseo de aquel hombre. Nunca había experimentado nada parecido. Y era tan sorprendente como su propio deseo. Se arrojó totalmente a la seductora exploración de sus bocas y de sus cuerpos y solo se detuvo para poder respirar.


Se apartaron un poco, pero no demasiado. Él apoyó su frente en la cabeza de Paula y dijo:
-Creo que te perdonaré por haberme despertado.


-¿No te parece que ha sido demasiado para un simple beso?


-Ten en cuenta que hay besos y besos.


Una vez más, Pedro tenía razón.


-Bueno, es una situación interesante...


-¿Pero? -preguntó él.


Paula se apartó.


-Creo que estarías mejor si tuvieras una manta eléctrica.


-No hay electricidad en la casa. Pero no te preocupes, soy un tipo bastante preparado para casi todo.


-No estaba preocupada.


-Pues deberías estarlo. No me conoces.


-Exacto. Y esa es una de las razones por las que no me acostaré contigo.


-¿Cuáles son las otras?


-Te has roto varios huesos.


-Eso no importa tanto. Ya nos las arreglaríamos. Además, eres perfectamente consciente de que me deseas.


-Es una forma un tanto arrogante de decirlo.


-Puede ser, pero es verdad -declaró.


Pedro se acercó de nuevo a ella.


-¿Qué estás haciendo?


-No puedo hacerte el amor si nos mantenemos a varios metros de distancia.


Paula negó con la cabeza. No podía creer lo que estaba haciendo. No sabía cómo había permitido que las cosas llegaran a semejante extremo.


-Te encuentro increíblemente atractiva -añadió.


-Seguro que estás pensando en otra persona...


-Hueles a verano -dijo él, sin hacerle caso.


-¿Quieres hacerlo a pesar de tus huesos rotos?


-Por supuesto.


-Estás bastante seguro...


Pedro se inclinó sobre ella y rio suavemente antes de decir:
-Calla y bésame, mujer.





No hay comentarios:

Publicar un comentario