Pedro se estaba limpiando los dientes en la suite del ático del hotel, que había conseguido reservar gracias a una cancelación de última hora. Cuando salió, se dirigió al vestíbulo del establecimiento.
-Espero que todo esté bien, señor -dijo el ayudante del director.
-Sí, todo está perfectamente.
-¿Su esposa piensa...?
-No estoy casado.
Tal vez fuera que sus oídos estaban demasiado sensibles, pero cuanto más lo repetía, menos creía sus propias palabras. Pero llevaba toda la mañana intentando convencer, primero a su madre y después a su hermana, de que no se había casado con nadie. Y supuso que el resto de su familia también lo habría llamado de no haber sido porque dio órdenes expresas de que no lo molestaran más.
No sabía qué era peor, si su decepción inicial al acusarlo de haberse casado sin haberles contado nada, o su decepción al saber que no se había casado y que todo eran mentiras de la prensa. Pero la culpa era suya. En un momento de debilidad, había llamado a su familia para decirles dónde estaba, quizá empujado por las absurdas e idealistas ideas de Paula Chaves acerca de la familia.
-No, señor, claro que no -dijo el empleado del hotel.
Sin embargo, el hombre clavó la vista en el titular del periódico que Pedro llevaba en el bolsillo, y que decía así:
El multimillonario dueño del Imperio Alfonso se casa en secreto. Los recién casados, involucrados en un accidente.
-¡Maldita sea! -exclamó Pedro al salir del hotel.
-¿Adonde vamos, jefe? -preguntó su chófer.
-A ninguna parte. Iré yo solo.
-Pero su brazo...
-Está perfectamente.
-Si usted lo dice...
-En efecto, yo lo digo. Tómate libres las navidades.
-Muchas gracias.
-Ah, Andy, una cosa más. Cuando estés conmigo, haz el favor de comprar otro periódico -dijo, mientras dejaba el diario en el coche.
-¿Quiere eso decir que ya no conseguiré el trabajo con su madre?
-¿Tan vengativo crees que soy? No, mejor no contestes a eso.
-No iba a contestar.
-Si consigues el puesto, el trabajo es tuyo -dijo Pedro al chófer, antes de poner en marcha el vehículo.
Se dirigía a ver a Paula Chaves, enfadado.
Hasta cierto punto, estaba acostumbrado a que sus conocidos filtraran noticias a la prensa, pero aquello era demasiado y por otra parte nunca habría imaginado que aquella mujer de ojos azules pudiera traicionarlo así. Había creído en ella. Incluso la había creído cuando dijo que estaba enamorada de él, y desde entonces no había tenido un minuto de paz.
No podía creer que le hubiera contado una historia como aquella a la prensa. No tenía sentido, pero pensó que tal vez estaba tan enfadada que había sido una forma de vengarse de él.
En cualquier caso, estaba decidido a averiguarlo a toda costa.
****
-No sé cuál era problema. Muchas mujeres tienen niños después de cumplir los cuarenta.
-Es cierto, abuela -dijo Paula.
-Si alguien me hubiera pedido consejo. Pero claro, no lo hicieron.
-Abuela, no le des más vueltas al asunto. Intenta recobrar un poco de espíritu navideño.
La mujer, que no era precisamente una anciana estricta, sonrió.
-Jovencita, en mi época la gente no se atrevía a hablar así a sus mayores. Siempre teníamos miedo de sobrepasarnos.
Todo el clan familiar, menos el pequeño Juan, que estaba durmiendo, se había acercado para ver a Prudencia Emery. Era una de esas ruidosas ocasiones en las que la anciana siempre criticaba la decoración de alguna habitación o se burlaba de Nico diciéndole que estaba perdiendo pelo.
Aprovechando el jaleo, Carolina se llevó a su hija a un aparte y dijo:
-Tienes visita, Paula. Te está esperando en el salón.
-¿Quién? ¿Es él?
Su madre no dijo nada y ella intentó mantener la compostura. No había razón alguna para creer que el visitante fuera Pedro. E incluso aunque fuera él, no significaba que estuviera allí por ninguna razón importante.
-¿Quién es? ¿Es alguien especial? -volvió a preguntar.
-Eso tendrías que decirlo tú.
-Oh, vamos...
-Me sorprendería que no fuera especial para alguien.
-Y dime, madre, ¿esa persona es especial para alguien en concreto? -preguntó, harta de sus juegos.
-Es el caballero que se estuvo alojando en la vieja mansión. Pedro. Un hombre encantador, por cierto.
-¿Y no podrías decirle que no estoy, mamá? -preguntó-. No, claro, tú no harías eso... Está bien, iré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario