martes, 24 de diciembre de 2019
CAPITULO 13
EL ÍMPETU del beso los empujó contra la caja y un par de frasquitos cayeron al suelo. Paula intentó no pisarlos.
-Son tus analgésicos... -dijo ella.
Por suerte, la botella de whisky no se había caído.
-Al infierno con ellos.
-¿Has tomado analgésicos con whisky? Oh, vaya, ahora lo entiendo.
-¿Qué es lo que entiendes? -preguntó.
-¡Esto!
Ella se señaló el pecho y descubrió que en algún momento se las había arreglado para quitarle el jersey.
Si desvestir a mujeres hubiera sido una especialidad olímpica, Pedro habría ganado sin duda la medalla de oro. Paula se ruborizó y se cerró el pijama que llevaba debajo, aunque la tela era tan fina que apenas ocultaba nada.
-No sé de qué estás hablando -dijo él, mientras la besaba en el cuello-, pero sabes muy bien.
Paula gimió y dijo:
-No lo entiendes. Es probable que te comportes así por una reacción de tus medicamentos.
-¿Tú crees?
-Creo que no te estás tomando esto en serio.
-Hazme caso. Me lo estoy tomando muy en serio.
-No me deseas de verdad.
Pedro apretó los dientes, le abrió la chaqueta del pijama y se la quitó lentamente.
-Eres absolutamente preciosa -declaró, mirándola.
Paula intentó recobrar el sentido.
-¡Escúchame! -protestó.
-¿Qué ocurre ahora?
-Son los medicamentos. No debes tomar alcohol con analgésicos. Probablemente te han provocado algún tipo de reacción y por eso te comportas de este modo.
-¿No comprendes que la razón de mi comportamiento es otro? -preguntó él-. Me siento atraído sexualmente por ti. Llevaba toda la noche pensando en acostarme contigo y entonces entraste en la casa...
Paula no podía hablar. El sonido de su baja y masculina voz la hechizaba. Se sentía mareada y la sensación que tenía entre las piernas era tan intensa que apenas podía sostenerse en pie.
-Pero...
-Solo he tomado paracetamol. El médico quiso darme algo más fuerte, pero no me gusta tomar pastillas.
-Entonces, esto es...
-Es real, sí. A menos que tú hayas tomado alguna droga de efectos alucinógenos, claro...
Paula negó con la cabeza y Pedro se apretó contra ella.
-¿Esto te parece suficientemente real?
La mujer pudo sentir su erección en el estómago.
-Es increíble -dijo ella.
-¿Podrías quitarme la camisa, Paula?
-¿Lo dices porque te duele el hombro?
-No, lo digo porque quiero que lo hagas tú.
A Paula le pareció una idea perfecta y comenzó a desabrocharle los botones, uno a uno, con manos temblorosas, hasta que al final pudo tocar su pecho desnudo. Acarició la zona donde tenía las heridas y dijo:
-Si te hago daño, dímelo.
-Me haces daño.
-¿Dónde? -preguntó, alarmada.
Pedro tomó su mano y la llevó a varias zonas de su anatomía.
-Aquí, y aquí, y aquí... Pero quiero verte. Quítate la ropa. Y no dejes de mirarme, por favor.
Paula lo hizo. Pero no un fue un proceso lento. A pesar del deseo que sentía, hacía frío en la habitación.
-Eres maravillosa -dijo él-. Pero estás helada. Ven aquí.
Entonces, Pedro la tomó de la mano y la llevó hacia el saco de dormir.
Paula se introdujo en él mientras él se desnudaba y enseguida pudo comprobar que estaba muy excitado. Era un hombre tan atractivo que quiso gritar de placer.
-Ven a mí -susurró él.
Paula lo hizo. Permanecieron unos segundos tumbados el uno junto al otro, pero sin tocarse, hasta que por fin no pudieron evitarlo por más tiempo y se besaron. La piel de Pedro estaba más caliente que la suya y era más dura. Podía sentir el roce de su vello contra los senos y las piernas y cada vez estaba más excitada.
-Para tener solo un brazo en buen estado, te las arreglas bastante bien.
Pedro sonrió.
-Pues si mis caricias te gustan, espera a ver lo que puedo hacer sin manos.
Paula gimió, susurró su nombre y se estremeció al sentir la lengua de Pedro en su estómago. El placer era tan intenso que casi rozaba el dolor.
-Te deseo tanto... -dijo ella.
-Entonces, tómame -dijo él.
La mujer observó al magnífico hombre que estaba ante ella con los ojos cerrados y la piel brillante por el sudor. Se situó sobre él y lo dejó entrar en su cuerpo. Entonces, Pedro volvió a abrir los ojos.
-Dios mío, eres...
Pedro no pudo decir nada más. No podía hablar. Solo podía moverse, una y otra vez, dentro de ella.
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