martes, 24 de diciembre de 2019
CAPITULO 3
En verano, la casita pintada de verde era un lugar mágico, cubierto de rosas. De pequeña, Paula siempre soñaba que encontraría allí a su príncipe azul, pero solo pasaba los veranos en aquel lugar, así que sus relaciones eran siempre estaciónales. Además, el invierno convertía la zona en un sitio frío y desagradable, más adecuado para soñar con fantasmas y demonios que con otra cosa.
Mientras cantaba, pensó que su voz seguía tan mala como de costumbre y se dijo:
-No podré hacerlo.
Pensó que el nuevo cura era un hombre peligroso. La había presionado para que cantara en el concierto de Navidad y no había podido librarse de él, a pesar de que tenía pánico a actuar en público. Intentó tranquilizarse y se dijo que no tenía importancia. Pero la aterraba la idea de hacer el ridículo delante de sus amigos.
Entonces, oyó un ruido seco y se sobresaltó al ver que una rama del roble, seguida por un hombre, caía a su lado. Al caer, la rama había golpeado el techo de la casita del jardín y destrozado algunas tejas, pero en ese momento solo se preocupó por el estado del desconocido.
Se arrodilló a su lado e intentó recordar sus clases de primeros auxilios, pero no recordaba nada.
-Por favor, no te mueras -murmuró, mientras intentaba tomarle el pulso.
Paula se relajó al comprobar que su corazón latía, y segundos después, Pedro se incorporó para encontrarse ante la fuente del sonido que había oído poco antes.
-Lo intentaré -dijo él.
-Me alojo en la casa. Quédate aquí e iré a buscar ayuda...
Paula se quedó helada al sentir que el desconocido la agarraba por una muñeca.
-No lo hagas. Anda, ayúdame a levantarme.
La mujer se inclinó y pasó un brazo por debajo de sus hombros para intentar ayudarlo, pero no era fácil. El alto y moreno desconocido tenía un cuerpo musculoso y no podía agarrarlo por ningún sitio.
-Ay...
-¿Te he hecho daño? -preguntó ella.
-No, no ha sido culpa tuya... Creo que me he hecho daño en un hombro.
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