martes, 24 de diciembre de 2019

CAPITULO 7





Pedro intentó acomodarse en el asiento delantero del pequeño y desvencijado utilitario. 


Acostumbrado a vehículos lujosos, apretó los dientes e intentó no pensar en ello. La tapicería estaba rota y una de las ventanillas no cerraba bien. 


-Estaré contigo en un momento -dijo la rubia a través de la ventanilla.


Pedro la observó. Se había quitado la parka amarilla y se había puesto un abrigo largo, mucho más femenino. Corrió hacia su hermano mayor, que a Pedro le había parecido la única persona con sentido común de aquella familia porque era el único que obviamente desconfiaba de él. 


-Dame las llaves, Paula. 


-No seas estúpido, Nico, estás cansado. 


-¿Y tú no? Además, podría ser un psicópata asesino, o un maníaco sexual. Estoy seguro de haber visto su cara en alguna parte. Alfonso...
¿No te resulta familiar? Hablo en serio, Paula, no te rías. Eres demasiado confiada.


Pedro se inclinó un poco hacia la ventanilla abierta para oír mejor la conversación, pero entonces se acercó un gran perro y lo lamió amistosamente en la frente.


-¿Lo ves? Le ha gustado a Wally. Te preocupas demasiado -dijo ella.


Pedro supuso que la aprobación canina había servido de algo, porque segundos después la rubia regresó hacia el coche, acarició al animal y dijo:
-No, Wally, no puedes venir conmigo.


Paula entró en el vehículo y durante unos momentos fue incapaz de apartar su mirada de aquellos ojos. Eran mágicos y su corazón se aceleró. Pero al menos se sintió aliviada al observar que había desaparecido la expresión de lejanía y mareo que habían tenido antes.


-Siento haber tardado tanto.


-No estoy en posición de protestar -intentó bromear Pedro-. ¿Cómo te llamabas? No me acuerdo.


-Paula.


-Ah, sí, Paula. Estoy en deuda contigo, Paula.


-No te preocupes, no llevo cuentas de las deudas.


El hombre se comportaba de un modo extrañamente frío para la situación, pero Paula supuso que era consecuencia del golpe que se había dado.


-Imagino que acabas de llegar a esta zona, ¿verdad?


Esta vez no pudo hacer caso omiso de su evidente frialdad. Hablaba de un modo muy poco amable.


-¿Tan extraño te parece?


-Tan extraño como encontrar un político honrado.


Pedro notó que en algún momento ella se las había arreglado para pintarse los labios de rojo, y tenía una boca muy sensual. A pesar del dolor que sentía, deseó besarla y se sintió incómodo.


-Parece que tu ironía ha sobrevivido al accidente. Felicidades.


-Lo dices con desaprobación...


Paula se encogió de hombros, pero no dijo nada.


-Discúlpame -continuó él-. Estoy acostumbrado a observar que nadie hace nada a cambio de nada.


-Pues te aseguro que yo no tengo motivos ocultos para ayudarte.


Pedro permaneció en silencio y se limitó a arquear una ceja. Pero aquello fue suficiente. 


Aquel hombre lo decía todo con un solo gesto y Paula supo que no la había creído en absoluto.


A medida que avanzaban por la carretera, la animosidad de Paula hacía Pedro iba creciendo. 


Su desaprobación era tan obvia que él podía sentirla de un modo casi físico. No había nada de ambigüedad en ella. Resultaba tan real como su perfume, ligero y vagamente inquietante, aunque mucho mejor que el olor a perro que procedía de la manta que había en el asiento posterior del vehículo.


Entonces, el motor comenzó a hacer ruidos extraños.


-No le gusta la lluvia -dijo ella.


-¿A quién no le gusta la lluvia?


-Al coche. A veces es un poco temperamental, pero llegaremos al hospital en poco tiempo.


-Me alegro.


Paula pensó que Pedro era un hombre desagradable e irritante. Sin embargo, se había dado un buen golpe y hasta cabía la posibilidad de que tuviera alguna herida grave. La asustaba la idea de que perdiera el conocimiento y entrara en coma si se había fracturado el cráneo, así que decidió hablar para mantenerlo despierto.


-¿Qué te ha traído a esta parte del mundo? -preguntó.


-La soledad.


-No me digas que vas a pasar las navidades en esa mansión...




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