martes, 24 de diciembre de 2019

CAPITULO 27





Las dos mujeres se alejaron y Cata dijo:
-Pedro, sería mejor que nos movamos de aquí. Estamos interrumpiendo el paso.


-Catalina, ¿qué sabes de embarazos y de esas cosas?


-Bueno, he leído mucho y asistí a varias clases sobre maternidad en el colegio, pero... ¿No podrías ser más específico?


-¿Cuánto tiempo pasa antes de que una mujer esté segura de que se encuentra embarazada?


-Supongo que depende del ciclo, pero se puede saber perfectamente con una sencilla prueba. He oído que son muy exactas.


-Oh, Dios mío.


-¿Qué sucede, Pedro?


-Las bolsas que llevaban. ¿No te has fijado? Estaban llenas de ropa de bebé.


-¿Y tú crees que el bebé podría ser tuyo? Oh, vamos, que alguien compre ropa de bebé no quiere decir que esté embarazada. Seguramente son regalos para alguien.


-¿Tanta ropa de bebé para una sola persona? Tengo que marcharme, Cata.


-Sabía que lo harías.


-Te veré más tarde.


Pedro se dirigió directamente a la casa de los Chaves, pero no parecía haber nadie. Pensó esperar allí. Sin embargo, estaba demasiado alterado y prefirió conducir hacia el cercano pueblo por si encontraba a alguno de los miembros de la familia. Poco después de aparcar, encontró a los dos gemelos en el interior de la iglesia, así que entró y decidió esperar.


Pero en aquel momento se llevó una buena sorpresa. El coro subió al escenario y en mitad de sus integrantes pudo ver a Paula.



***

-Has estado muy bien, Paula. -Creo que me voy a desmayar.


-Deberías tomar una copa.


-¿Una? Me vendrían bien varias. Y teniendo en cuenta que la culpa de que acabara en el escenario es tuya, tendrás que invitarme tú.


Oscar Wells sonrió.


-Me parece bien. ¿Te encuentras mareada?


-No, ya no. Pero tendré que tomarme esa copa en otro momento. Mis padres me están esperando.


-No son los únicos que te esperan.


Paula se volvió hacia el origen de la familiar voz, que apareció de las sombras.


-Tiene usted una voz excelente -dijo Oscar-. ¿Cómo se llama?


-Pedro Alfonso.


-Encantado de conocerle. Yo soy Oscar Wells.


Pedro lo observó y pensó que era demasiado joven y atractivo para ser sacerdote.


-Hola, Paula.


-¿Qué estás haciendo aquí?


-Me gusta la música.


-¿Has oído toda mi interpretación?


-Sí.


Paula se estremeció. La idea de haber estado cantando ante él hacía que se sintiera ridículamente vulnerable.


-Pedro piensa que tengo una voz horrible -dijo ella al cura.


-Estoy seguro de que eso no es cierto, Paula.


-Bueno, es verdad que le falta potencia y profundidad y que...


-¿Lo ves? Te lo he dicho. Pero ¿desde cuándo eres crítico musical? -protestó ella.


Él no hizo ningún caso y siguió explicándose.


-A pesar de eso, has cantado como los ángeles -declaró Pedro.


-¿En serio?


-Sí. Aunque no puedo ser muy objetivo en este caso.


-¿No?


-No. Hay momentos en la vida en los que un hombre debe admitir su derrota.


-¿Qué estás intentando decir, Pedro?


Pedro se acercó a ella y puso las manos en su cintura. Al ver la escena, el cura decidió alejarse.


-¿Quieres que le diga a tus padres que volverás sola a casa, Paula?


Oscar lo preguntó sin esperar respuesta, así que tampoco le importó cuando no obtuvo ninguna.


-Debiste habérmelo dicho -declaró entonces Pedro.


-Te lo dije -observó ella.


-¿De qué estamos hablando?


-De que te amo y que llegué a pensar que podrías amarme, pero obviamente no es así.


-Pero debiste contarme lo del bebé.


-¿Cómo lo has sabido? ¿Te lo ha contado mi madre?


-¿Ella lo sabe? Me alegra que se lo hayas dicho.


-¿Que se lo haya dicho? -preguntó, extrañada-. No tenía que decírselo, tonto.


-Bueno, supongo que una madre nota esas cosas.


-Sí, al principio se sorprendió mucho pero ahora ya se ha acostumbrado a la idea.


-¿Y tú? ¿Cómo te sientes sabiendo que vas a ser madre?


-¿Qué has dicho?


-He preguntado que cómo te sientes. Yo también me sorprendí, pero ahora estoy encantado.


-¿Se puede saber de qué estás hablando, Pedro?


-De ser padre, claro está.


-¿Crees que estoy embarazada?


-Claro, estamos hablando de eso. Tal vez deberías descansar un poco.


-No, creo que eres tú quien debería descansar. Me parece que te has equivocado.


-No es necesario que mientas, Paula. He visto la ropa de bebé que has comprado.


-Pedro, yo no estoy embarazada.


-¿Quieres decir que ha sido una falsa alarma?


-Quiero decir que nunca he estado embarazada. Estaba comprando ropa para mi madre. Está esperando un hijo.


-Entonces, tú no...


-No -confirmó.


-Pero pensé que... Bueno, supongo que saqué una conclusión apresurada -dijo, sorprendido.


-No te preocupes, no has sido el único. Yo he pensado que habías venido para decirme que me amabas -dijo con ironía-. Pero no me mires con esa cara de preocupación. No pienso aprovechar nada de lo que has dicho mientras creías que ibas a ser padre. Aunque en realidad no has dicho gran cosa.


-He venido aquí porque te amo, Paula.


-Oh, vamos, has venido porque pensabas que estaba embarazada.


-Sí, también por eso. Pero solo fue el catalizador.


-¿Quieres decir que habrías venido aunque hubieras sabido que no esperaba un niño?


-Tal vez no tan pronto, pero lo habría hecho.


-No te asustes, Pedro, todavía no has dicho nada que pueda comprometerte. Y si te sientes mal, te aseguro que yo me siento aún peor.


-Escucha, Paula, estoy hablando en serio. Cuando pensé que estabas embarazada, me sentí intensamente feliz. ¿No comprendes lo que eso significa?


-Sí, que quieres ser padre.


-Si fuera así, habría sido padre hace tiempo. Pero cuando mi esposa y el hijo que esperaba murieron, decidí que no lo sería nunca. Hasta hoy, estaba convencido de que era la última cosa que podía desear.


-Bien, supongo que soy parcialmente responsable de tu cambio de actitud hacia la paternidad.


-Deja de hablar así.


-¿De hablar cómo?


-Solo querría ser padre si tú fueras la madre -respondió lentamente, como si estuviera hablando con un niño.


-¿Y esperas que te crea?


-Por supuesto. Te amo, Paula.


Pedro avanzó hacia ella con intención de dejar las palabras a un lado y de demostrarle, en la práctica, que estaba siendo sincero.


-No me toques -dijo ella con vehemencia-. No me interesa lo que tengas que decir. Ni ahora, ni nunca.


Entonces, Paula salió corriendo por el pasillo central de la iglesia y derribó un par de sillas a su paso.


Pedro permaneció en el interior del recinto, pensando, mucho tiempo después de que la puerta se hubiera cerrado. Y cuando salió, ya había trazado un plan.





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