martes, 24 de diciembre de 2019
CAPITULO 8
El desconocido no era precisamente muy charlatán y daba muy poca información sobre sí mismo. Pero Paula ya había llegado a la conclusión de que estaba alojado en la semidestruida mansión.
Pedro intentó acomodarse en el interior del vehículo. Era muy pequeño y no le cabían las piernas, así que se le había quedado dormido un pie. Al intentar moverlo, frotó sin querer la pierna izquierda de Paula, que enseguida se estremeció con algo muy parecido al deseo.
Confundida por su reacción, estuvo a punto de atropellar a un gato que en aquel momento cruzaba la carretera.
-Maldita sea. Ha estado cerca...
Al frenar, Pedro había estado a punto de pegarse un golpe contra el parabrisas. Pero, por fortuna, llevaba puesto el cinturón de seguridad.
-¿Te encuentras bien? -preguntó ella.
-Sí, estoy bien -espetó.
-Es obvio que no lo estás. ¿Quieres que detenga el coche?
-No, solo me duele el hombro. Pero cambiando de tema, ¿por qué crees que no debo quedarme en esa casa?
-Bueno, al margen de tus heridas y de que es un sitio inhabitable...
-A mí me parece muy bonito.
-Pero estamos en Navidad.
-¿Y qué?
-Se supone que es época para estar con gente que te quiera, no para estar solo en esa mansión.
-No me gustan las navidades.
-¿Siempre eres tan seco?
-Sí, mejora mi imagen -respondió.
-Desde luego no tienes ningún espíritu navideño.
-Para mí, las navidades son como cualquier otra época del año, Paula.
-Pero...
-Solo hay algo diferente -la interrumpió-. La gente se comporta en Navidad de forma excepcionalmente hipócrita.
-Entonces, ¿no celebras la Navidad? ¿Y qué hay de tu familia?
-No tengo familia -mintió.
-Oh, vaya, lo siento. Pero incluso alguien como tú debe de tener muchos amigos.
-¿Estás intentando coquetear conmigo? -preguntó él de repente.
-¿Por qué iba a hacer algo así? -preguntó a su vez.
-No sé. Tal vez en una vida pasada mantuvimos una relación...
-Ahora que lo pienso, es posible que no tengas ningún amigo -dijo con ironía.
-Te equivocas. Tengo amigos. Pero de la clase de personas que respetan mi vida privada. Aunque parece que no lo entiendes, lo único que pasa es que no me gustan las navidades.
-De todas formas, la idea de que vivas en esa vieja mansión se me hace extraña. Su estado no es muy bueno.
Paula estaba en lo cierto. Cada vez que Pedro pensaba en los destartalados muros, se estremecía. Y no era la única cosa que lo disgustaba del lugar.
-Depende de a lo que se esté acostumbrado.
Paula lo miró y pensó que tenía aspecto de estar acostumbrado a llevar una vida de lujos.
Además, también parecía ser un hombre acostumbrado a salirse con la suya en cualquier circunstancia. No entendía que hubiera decidido pasar las navidades, solo, en un lugar como ese.
A menos que se estuviera ocultando o huyendo de algo.
Pensó que Nico podía estar en lo cierto. Cabía la posibilidad de que fuera un maníaco sexual o algo así, pero en tal caso era un maníaco muy extraño: la había confundido con un chico.
Intentó no pensar en él. Se sentía atraída hacia Pedro, pero era obvio que él no sentía lo mismo y por otra parte no iban a mantener ningún tipo de relación, así que no quería dejarse llevar por su curiosidad.
-Bueno, no sé qué aspecto tendrá la vieja mansión ahora, pero...
Pedro no estaba acostumbrado a dar explicaciones de sus actos. Sin embargo, se dijo que sería mejor que diera alguna información, aunque solo fuera para que dejara de interesarse por ello.
-Me sorprendes -dijo con ironía-. Pensaba que la gente del lugar sabía todo lo que pasaba por los alrededores.
-Yo no vivo aquí. Solo he venido a pasar las vacaciones y no estoy informada de esas cosas.
-Comprendo.
-Por cierto, yo que tú no insinuaría que la gente de este lugar se dedica a cotillear la vida de los demás. Si no recuerdo mal, me estabas espiando desde la rama de ese árbol.
-No estaba espiando.
-Sí, claro, eso dicen todos -dijo, con una sonrisa provocadora.
-Al menos, espero que ya no me consideres un maníaco sexual.
-¿Has oído la conversación que he mantenido con Nico? -preguntó, enfadada.
-No he podido evitarlo. Hablabais en voz muy alta.
-Puede ser, pero es mejor hablar en voz alta que espiar, como tú -espetó, mirándolo.
-¿Podrías hacerme un favor? ¿Podrías mantener la vista en la carretera?
-Lo siento. Es difícil mirar la carretera teniéndote a ti al lado -respondió.
Pedro volvió a moverse en su asiento como si intentara encontrar alguna posición mínimamente cómoda. Paula se sentía culpable por tratar de un modo tan brusco a un hombre que acababa de sufrir un accidente; pero lo peor de todo era la intensa y sorprendente atracción que sentía por él. Tenía las palmas de las manos húmedas y había empezado a sentir su propio pulso en lugares donde ni siquiera sabía que se podía sentir.
-No te estaba espiando -dijo él de nuevo-. Estabas cantando y me acerqué a ver quién era, porque vine aquí en busca de un poco de paz y de tranquilidad.
-Pues si siempre te comportas de un modo tan grosero, es difícil que la encuentres. De todas formas, también es cierto que la gente de los alrededores se preocupa mucho por sus amigos y familiares, así que de vez en cuando pueden parecer entrometidos, pero...
Pedro no podía apartar la mirada de los senos de la mujer, que subían y bajaban cuando respiraba. No entendía por qué lo atraían tanto.
Había contemplado senos mucho más espectaculares.
-Pero yo prefiero eso a la indiferencia -continuó ella.
Pedro movió el cuello para desentumecerlo.
Aquel coche era muy incómodo.
-Sabía que debería haber ido en un taxi...
-No conduzco tan mal.
-No es eso. Es que el coche es muy pequeño. Te estoy muy agradecido por lo que has hecho.
-Guárdate los cumplidos. No necesito tu gratitud -espetó-. Tal vez seamos entrometidos en el campo, pero no nos aprovechamos de personas que sufren accidentes ni les cobramos por llevarlos a un hospital. Además, solo estaba intentando darte conversación para que te relajaras un poco y no pensaras tanto en tu dolor.
-No me duele nada.
-Ya, claro. Pero está bien, no es necesario que me cuentes nada si no quieres.
-Eso es cierto -dijo él.
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