martes, 24 de diciembre de 2019
CAPITULO 25
Paula se dirigió al salón y abrió la puerta. Pedro no la oyó entrar y a la mujer no le pareció extraño con todo el ruido que estaba armando su familia. Había dejado pasar unos cuantos minutos para tranquilizarse, pero su tranquilidad desapareció en cuanto lo vio de nuevo. Era muy atractivo. Más alto, más guapo y más fuerte de lo que ningún hombre debería ser.
Estaba jugando con el pequeño Juan, que en aquel momento lo estaba tirando del pelo.
-Hola, Pedro. ¿Tu hombro está mejor?
—Sí, mucho mejor -respondió él.
-¡Tía Paula! -exclamó Juan-. Ven a jugar con nosotros.
-Ahora no, Juan. La abuela ya ha llegado. ¿Por qué no vas a verla?
-¿Me ha traído algún regalo?
Paula sonrió y le acarició la cabeza.
-Quién sabe, es posible.
-Entonces voy a verla. Pero no te vayas, Pedro... Paula, puedes quedarte a jugar con él.
Paula se ruborizó ante el inocente comentario del niño, que se marchó enseguida, y Pedro la devoró con la mirada.
-No te preocupes, no voy a jugar contigo -declaró él.
-No me preocupa. Pero si has venido para ser grosero conmigo...
Pedro se metió las manos en los bolsillos del pantalón y la miró.
-¿Has conocido a mi madre? –preguntó ella.
-Sí, es una mujer encantadora. Me imagino que estarás muy contenta ahora que ha vuelto a casa. Me alegro por ti.
-No quiero resultar maleducada, pero ¿qué estás haciendo aquí? No es que no me guste verte, pero...
-Como si no lo supieras.
-Pues no, no lo sé.
-Lo sabes. Lo que no entiendo es qué pretendías ganar con eso.
-¿De qué estás hablando? -preguntó ella.
Pedro se pasó una mano por el pelo y apartó la mirada.
-Si lo que crees que he hecho es tan malo que ni siquiera quieres mirarme, creo que tengo derecho a saber qué es -continuó Paula.
-¿Estás jugando conmigo? Está bien, juguemos entonces.
Paula se estremeció. Estaba delante del hombre que deseaba y el sonido de su voz bastaba para volverla loca. Sin embargo, él la estaba tratando como si fuera su peor enemigo y no sabía por qué. No podía creer que se comportara de aquella forma solo porque le había dicho que se había enamorado de él, así que puso los brazos en jarras y lo miró, dispuesto a enfrentarlo.
-No me hables en ese tono -dijo.
-¿Y en qué tono esperas que te hable después de contarle esa ridícula historia a la prensa?
-¿Qué historia?
Pedro sacó un periódico del bolsillo y se lo enseñó.
-Supongo que tú también tienes uno.
¿Qué pretendías? ¿Ver tu nombre en un periódico?
-Mira, Pedro, por mí puedes seguir acusándome de lo que quieras, pero no llegaremos a ninguna parte. Y si crees que vas a conseguir intimidarme, te equivocas.
-Hablaste con la prensa y les dijiste que nos habíamos casado.
-No seas estúpido...
-¿Tienes idea de lo que has hecho? He estado tres cuartos de hora intentando convencer a mi madre de que esa historia era mentira. Y en cuanto a mi hermana, se empeñó en darme el número de teléfono del diseñador que le hizo su vestido de novia.
Paula rio. No era lo más apropiado en ese momento, pero no pudo evitarlo. Tomó el periódico y lo leyó.
-Ahora comprendo que estés enfadado. Ni siquiera has salido en portada. Y en cuanto a mí, no se puede decir que haya salido muy favorecida. Pero la culpa es tuya.
-¿Mía?
-Eres tú quien has venido aquí con esa estúpida historia, aunque es más que evidente, después de leer el artículo, que la culpable ha sido aquella chica del hospital. La recepcionista. Obviamente, te reconoció...
-¿Estás diciendo que la recepcionista del hospital filtró la historia que yo mismo me inventé a la prensa?
Paula se encogió de hombros.
-Yo diría que es mejor candidata que yo. Si hubiera querido cinco minutos de fama, habría encontrado un método más adecuado.
Pedro permaneció en silencio, intentando asimilar lo sucedido.
-Ya veo que he metido la pata...
-Sí. Y has sido grosero e insultante.
-Supongo que te debo una disculpa.
-No estaría mal. Te había tomado por un hombre inteligente. Yo no tengo razón alguna para inventarme una historia. Y por si no lo recuerdas, fuiste tú quien te inventaste esa tontería de que yo era tu esposa.
-Pensaba que era lo que querías. Tal y como has planteado nuestra relación, todo se limita a que no te acostarás conmigo si no nos casamos.
-Me limité a decirte lo que sentía, nada más. Solo quiero una relación donde las dos partes estén abiertas a cualquier posibilidad. ¿Tan terrible te parece? En mi opinión, te estás comportando como un cobarde.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Entiendo que amabas a tu esposa y sé que lo ocurrido fue terrible para ti. Pero la lealtad a su recuerdo no quiere decir que no puedas amar a otras personas.
-¿Tú crees?
-Sí. Tienes miedo de que te vuelvan a hacer daño. Es normal que te sientas inseguro, pero...
-De modo que te parece un simple caso de cobardía -la interrumpió.
-Pedro, después de la experiencia que tuve con Miguel, podía haber decidido que todos los hombres eran iguales y haber preferido desconfiar de ellos. Pero no lo hice.
-Oh, claro, eres un gran ejemplo para todos. Sin embargo, yo diría que aquí sucede una cosa bien diferente. Tienes miedo de tus propios deseos sexuales y te obligas a ocultarlos tras palabras socialmente aceptables como «amor» y «relación».
-¿Sabes una cosa? Lo siento mucho -dijo ella, indignada.
-¿Qué es lo que sientes?
-Siento no haber filtrado yo esa historia a la prensa. Si lo hubiera hecho, al menos tendrías una buena razón para que yo no te gustara. Y eso sería muy conveniente para ti, ¿verdad, Pedro?
-No me gustas.
-Mientes. Te gusto. Y creo que tienes miedo porque sabes que te podría gustar aún más. Por eso te marchaste de la ciudad.
-¿De qué ciudad? -preguntó, divertido.
-Era una forma de hablar.
-¿Siempre te has considerado irresistible?
Ella rió.
-¿Irresistible? ¿Después de haber crecido con una hermana como Clara? No bromees.
-Clara es una jovencita. Tú eres una mujer.
-Pedro...
Pedro puso las manos sobre sus hombros y la miró.
-Hay algo en lo que tienes razón, Paula. Una mujer como tú no tendría futuro con un hombre como yo.
-¿Una mujer como yo?
-Una mujer cálida, generosa, dulce...
-Si soy todo eso que dices, ¿por qué me besaste? -preguntó ella, con voz suave.
-Porque carezco de ética -respondió, mirándola con deseo-. Y porque tienes la boca más sensual del mundo.
-¿En serio?
-Sabes que sí.
Pedro la besó entonces apasionadamente.
Después, pasó un brazo por detrás de su cintura y la atrajo hacia él.
-No puedo darte lo que quieres, Paula.
Ella negó con la cabeza, negándose a escucharlo, y lo besó a su vez.
-Pero puedes darme algunas de las cosas que quiero.
-Paula, déjalo ya...
-¿Por que has dejado de besarme? -preguntó, enfadada.
-Porque tú no quieres que te bese. No tengo intención de casarme y ya has dicho que soy un saco de problemas emocionales. ¿Recuerdas?
-¿Y qué pasaría si a mí no me importara? ¿Qué pasaría si quisiera ser tu amante?
—No quieres serlo, Paula.
-Sí quiero, pero también quiero que mantengamos una relación duradera y tú no estás dispuesto a eso.
-Es posible que tengas razón.
-Será mejor que te marches ahora. Hablaré con Juan y le diré que te has tenido que marchar.
-Es un gran chico -dijo él, mientras caminaba hacia la puerta.
Sin embargo, antes de que pudiera marcharse, apareció la abuela de Paula.
-Así que este es tu novio...
-Te presento a Pedro Alfonso, abuela. Pero no es mi novio. Pedro, te presento a mi abuela.
-Encantado de conocerla, señora...
-Prue -respondió Prudencia, mientras le estrechaba la mano-. Por la forma en la que un hombre estrecha la mano se pueden saber muchas cosas.
-Pedro estaba a punto de marcharse, abuela.
-He leído el artículo que escribió en el Economist. Me pareció muy interesante -dijo la mujer-. Aunque creo que no era muy realista al afirmar que...
-Abuela... -protestó Paula.
-Vamos, Paula, no tengo ocasión muy a menudo de hablar con alguien con quien...
-Discúlpeme, Prue -la interrumpió Pedro-, pero Paula tiene razón. Debo marcharme. Conocerla ha sido un placer.
Cuando se marchó, Prudencia preguntó a su nieta:
-¿Siempre es tan brusco?
-Solo cuando tiene que librarse del amor de mujeres estúpidas -respondió ella, antes de excusarse y desaparecer
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